¡Bendecimos a la nación de Israel en sus 72 años de independencia!
“De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama se enternece, y las hojas brotan, sabéis que el verano está cerca” (Mt. 24:32).
El día 14 de mayo de 1948, basados en la resolución ya tomada por las Naciones Unidas, el pueblo Judío que habitaba ya en la Tierra Santa, atraído por el movimiento sionista de los 50 años anteriores, declaró su Independencia y el renacimiento increíble del “reino” (Hch. 1:6), nombrando al naciente Estado con el título original de su antigua historia: ISRAEL.
“¿Quién oyó cosa semejante? ¿quién vió cosa tal? ¿parirá la tierra en un día? ¿nacerá una nación de una vez?” (Is. 66:8).
En el año de 1947, había ya en la Palestina (nombre que se le dio a la Tierra de Israel maliciosamente por el emperador romano Adriano en el año 135 EC, como forma de borrar por completo toda memoria Judía) como seiscientos mil Judíos (600,000) establecidos en kibutzs (ejidos), colonias y villas, desde el desierto del Negev al sur de Judea, hasta los montes de Galilea al norte de Israel. La pugna, el terrorismo y la muerte entre árabes y Judíos era ya para ese tiempo una corriente destructiva que nadie tenía la suficiente capacidad o poder para detenerla. Las Naciones Unidas reunidas en Nueva York, E.U.A., señalaron la fecha del 29 de noviembre de ese año, 1947, para tomar por votación de las dos terceras partes de los Estados integrantes, la resolución sobre la partición de la Palestina (Tierra Santa) para dar lugar al establecimiento de dos nuevos Estados autónomos, uno árabe y otro Judío.
Los Judíos estaban a favor de la partición a pesar de que la indefensible faja de tierra que se les estaba ofreciendo a lo largo de la costa del Mediterráneo, era menos que una décima parte de lo que se les había ofrecido por Balfour en el año 1917. Pero lo que ellos deseaban ya, era tener un lugar de la Tierra Prometida, por más pequeño que este fuere, para poder decir y sentir que tenían casa otra vez después de (unos largos) 1,877 años de exilio y de esparcimiento por todas las naciones de la tierra. Los árabes, en cambio, estaban en contra de la resolución de la partición, pues ellos no aceptaban el que hubiera dos Estados en la Palestina, sino que querían toda la tierra para ellos y que los Judíos sionistas fueran evacuados y regresados a Europa.
La fecha señalada llegó, y en esa noche, en la Tierra escogida por el Creador, la tensión nerviosa era terrible. Nadie dormía a pesar de ser las horas de la madrugada en Medio Oriente. La votación en Nueva York principió por la tarde, y uno por uno de los delegados representantes de los 57 Estados que entonces integraban las Naciones Unidas (con excepción de un país que estuvo ausente en la sesión), empezaron a ponerse en pie y a dar el voto a favor o en contra de la resolución para la partición de la Palestina (Tierra Santa). Insisto que se había anticipado que la aprobación no podía ser por mayoría simple, sino que se requería una mayoría de dos terceras partes de la Asamblea Mundial allí representada.
La mano del Señor estaba sobre la votación, pues para sorpresa del mundo entero, y para mayor ira de las naciones árabes, Rusia y sus países satélites votaron a favor de la resolución. Hasta este día a Rusia le ha pesado mil veces el haber votado a favor, pero es que en su ateísmo, no entiende que el Dios de Israel juega con los poderosos de la tierra para hacer conforme a Su santa y soberana voluntad.
Cuando se oyó el voto a favor que selló la resolución, en las casas y en las calles de las ciudades Judías en Tierra Santa, en los kibutzs, colonias y villas, los Judíos danzaban, saltaban, cantaban, gritaban. Se abrazaban unos a otros, una y muchas veces. Los ancianos lloraban incontrolablemente embargados por la emoción, al mirar que la comunidad mundial había dado su aprobación para que el pueblo Judío del Esparcimiento, pudiera ser establecido nuevamente en su tierra después de casi 19 siglos de exilio.
Los árabes, en cambio, en aquella misma hora determinaron el unir y redoblar sus fuerzas para impedir que se implementara la resolución de la partición de la tierra. Por lo tanto, al amanecer el nuevo día, la pugna, la disensión y el terrorismo aumentaron aún más. El gobierno de Inglaterra fijó la fecha del 14 de mayo de 1948 para terminar su mandato, quitándose así de en medio del conflicto y dejando que las dos partes beligerantes, Judíos y árabes, resolvieran como mejor pudieren su irresoluble situación. Los Judíos entendían muy bien que los meses que seguían eran cruciales para ellos, eran de vida o de muerte. Sabían que si ellos se reducían ahora solamente “a dormir en sus laureles”, estaban completamente perdidos.
Ciertamente que la resolución de la partición estaba ahora aprobada por las Naciones Unidas, pero los Judíos sabían que al tratar los árabes de aniquilarlos, ninguna nación iba a intervenir para defenderlos. Inmediatamente entendieron que la misma Inglaterra, que acababa de evacuar sus soldados, estaba de acuerdo con los árabes para que impidieran la partición a como diera lugar. Además, ellos reconocían que eran muchas las desventajas en su contra, pero muchos otros presentían que la mano del Dios de Israel estaba en el negocio. David Ben-Gurión (uno de los fundadores del nuevo Estado Israelí y el primer ministro del nuevo gobierno) dijo: “Yo creo en los milagros ciertamente, pero también creo que es necesario trabajar duro para que se cumplan”. Y en el caso, eso precisamente fue lo que aconteció desde el 29 de noviembre de 1947 al 14 de mayo de 1948.
Desde el momento en que Israel no era aún un Estado establecido, no tenía un ejército debidamente organizado. Las bandas clandestinas guerrilleras eran varias, siendo la mayor y en cierta forma la “oficial”, la Haganá. Las armas que poseían los Judíos eran rudimentarias y muy limitadas, pues no siendo aún un Estado reconocido, no podían comprar oficialmente armamentos militares en ninguna parte del mundo. El número de los Judíos en comparación con los árabes era increíblemente desproporcional: Un poco más de medio millón (500,000) de Judíos en contra de más de cien millones (100,000,000) de árabes. Además, las líneas divisorias de defensa eran completamente desventajosas para ellos. La misma ciudad de Jerusalem moderna estaba rodeada por los árabes y para llegar hacia ella desde Tel-Aviv era necesario hacerlo por una estrecha faja de tierra de cerca de 50 kilómetros de largo, amenazada por todos los flancos por los árabes.
Entrando el año 1948, los árabes estrangularon el corredor hacia Jerusalem y pusieron sitio a la ciudad (la historia de ese sitio es algo que recomiendo que lea todo cristiano verdadero). Los acontecimientos de esos meses tienen una resemblanza admirable a las historias de las guerras antiguas de Israel, descritas en el Libro Santo. Pues como dijo Ben-Gurión: “el milagro ciertamente lo hizo Dios, pero Él quiso que costara mucho sacrificio y sangre por parte de Su pueblo escogido”.
Los Judíos prevalecieron y así pudieron estar preparados para declarar el establecimiento del Estado de Israel, unas cuantas horas antes de la media noche del 14 de mayo de 1948, cuando la bandera de Inglaterra fue bajada del asta por sus soldados y la bandera azul y blanca con la estrella de David al centro fue alzada en esa misma hora por los guerrilleros Judíos (quienes también en esa misma hora quedaron convertidos en soldados y oficiales del ejército Israelí). La profecía de los siglos se cumplió, y el sueño del “Judío errante” se volvió realidad.
Pastor Efraim Valverde, Sr.