“Y será en aquel día, que Yo pondré a Jerusalem por piedra pesada a to­dos los pueblos: todos los que se la cargaren, serán despedazados, bien que todas las gentes de la tierra se juntarán contra ella” (Zc. 12:3).

 

No es la primera ni la segunda vez que aparece esta Escritura en las páginas del “Maranatha”, pues son muchas veces que la he citado para llamar la atención al pueb­lo de Dios sobre una de las más grandes señales proféticas que se han cumplido en el último tiempo. Esto, como las demás profecías que están en proceso de cumplimiento en los días en que vivimos, no se trata nomás de un tema intere­sante o novedoso en el cual nos podemos ocupar una o dos veces y luego dejarlo, sino de algo que in­exorablemente está ligado al cur­so diario de los acontecimientos mundiales y, por consiguiente, tiene que ver (queramos o no, gústenos o no, aceptémoslo o no) con la vida o la muerte espiritual de los cristianos. Puesto que está dicho en forma enfática por el Es­píritu Santo, usando al apóstol de los gentiles, que el “ignorar este misterio” (Rom. 11:25), o sea la relación estrecha e innegable entre Israel y la Iglesia, tiene con­secuencias fatales. Precisamente por esta importantísima razón, nos es necesario e indispensable el seguir haciendo mención de este tema capital en estos días que son ya los últimos. 

 

Llamo la atención a mis lecto­res sobre el hecho sobresaliente de que esta Escritura profética no podía tener su cumplimiento mientras el pueblo Judío vivía en el Esparcimiento, en el cual duró 1,878 años, o sea desde la caída de Jerusalem, la destruc­ción del Templo por los ejércitos romanos en el año 70 E.C., hasta el renacimiento milagroso del Estado de Israel en el año 1948 después de lo cual, cierta­mente, la Ciudad Santa perman­eció aún 19 años más en poder de los enemigos de Israel, hasta que en la también milagrosa Guerra de los Seis Días, en el mes de ju­nio de 1967, la Ciudad Antigua de Jerusalem volvió a manos de sus legítimos dueños. Fue en­tonces cuando se cumplió al pie de la letra lo dicho por el Señor, quien anticipó las tres cosas des­de el año 30 E.C.: La salida del pueb­lo Judío de la Ciudad destruida, el Esparcimiento cuyo tiempo ya hemos señalado, y el regreso de ellos a la Ciudad Amada, dici­endo: “y serán llevados cautivos a todas las naciones: y Jerusalem será hollada de las gentes, hasta que los tiempos de las gentes (los gentiles) sean cumplidos” (Lc. 21:24). Repito, no podía la profecía citada cumplirse lo que para el tiempo presente ha sido, y es, un hecho innegable. Pues nuestros ojos, y los ojos del mundo entero, están viendo la tremenda realidad: Yo pondré a Jerusalem por piedra pesada a to­dos los pueblos…” (Zc. 12:3), empe­zando en el seno de las Naciones Unidas y siguiendo por toda la faz de la tierra. Esta profecía es, para la presente fecha, una reali­dad que aun los más incrédulos y los mismos enemigos de Israel no pueden ignorar, puesto que no se puede negar que todas las determinaciones de Jerusalem afectan y conmueven al mundo entero.

 

Imposible es aquí el señalar to­dos los aspectos importantísimos de este vitalicio tema, el cual, inclusive, ocupa muchas páginas del Libro Santo. Imposible nos sería también el hacer mención de todos los acontecimientos que han habido en relación a lo mismo, desde que nació Israel y desde que la Ciudad Antigua está en poder del pueblo Judío. Pues en la idéntica forma como caminan inexorablemente las manecillas de un reloj, que para saber exactamente qué hora es nos es indispensable tener los ojos fi­jos en ellas, así es lo único que podemos hacer para poder leer el tiempo profético en las man­ecillas del Reloj de Dios: Israel y Jerusalem. Fijémonos, pues, en esta ocasión, en algunos de los det­alles sobresalientes que preval­ecen para las fechas presentes.

 

Quiero llamar la atención del lector sobre la forma en que es­cribimos la palabra “JERUSA­LEM” como encabezado de este artículo. No es una casualidad ni tampoco algo solamente curioso, el hecho de que exactamente en medio del nombre de la Ciudad de Dios, están las letras que oficialmente se usan en inglés para nombrar al país de Estados Unidos de Norteamérica: “USA” (United States of America). Dios levantó a este país en los últimos siglos del último tiempo (pues en comparación con todos los demás países industriales recon­ocidos como potencias moder­nas, tanto en Europa como en Asia, la República de los Estados Unidos es un país relativamente joven de solamente 241 años de edad), y lo formó con un propósi­to muy directo en relación con el cumplimiento de las profecías del postrer tiempo. Inclusive, el hecho de que Estados Uni­dos no es como los son en su grande mayoría los demás países, una nación integrada de una sola raza sino de una mezcla de muchas razas, tiene un significado muy importante, pues en ello vemos el propósito justo del Eterno de escoger integrantes de distintas naciones para usarlos como una nación. Inclusive, es muy intere­sante el observar, según los datos históricos del país, que desde sus principios y hasta este presente día, la raza Judía ha tenido una parte muy directa en el nacimiento y de­sarrollo de Estados Unidos, en número siempre minoritario pero fuerte.

 

Nadie puede negar el hecho ya histórico, de que Dios ha usado a este país para evangelizar al mundo en una forma nunca an­tes vista, habiéndolo convertido a la vez en la nación más rica y poderosa de todos los tiem­pos de la historia humana. Mas también la levantó para que contribuyera en una forma muy directa para que naciera Israel, y para que lo atendiera al nacer (Estados Unidos, bajo el presi­dente Truman, fue la primera nación que reconoció diplomáticamente al Estado Israelita, unas cuantas horas después de su de­claración de independencia el 14 de mayo de 1948). A través de toda la edad del moderno Israel, a todo mundo consta que hasta la presente fecha, Estados Uni­dos ha sido cual “la madre” que por medio del cordón umbilical sustenta con vida al niño. Allí, pues, está el simbolismo que en una forma mística aparece en “JE­RUSALEM” (por cierto que ahí mismo se asoma también la otra superpotencia que tiene mucho que ver en la vida y en el futuro de Israel y de “JERUSALEM”; de ello no hay tiempo para tratar en esta ocasión). Mas la realidad para la presente fecha es que todo lo dicho en relación a Estados Unidos está por cambiar de un momento a otro, para que se cumpla por comple­to el Texto profético de nuestro presente estudio, y TODAS las gentes de la tierra se juntarán contra ella (Jerusalem)(Zc. 12:3). Esta­dos Unidos es hoy un gigante aún, pero es un gigante enfer­mo; tiene cáncer, y de ese cánc­er ya no se va a aliviar, “porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni di­eron gracias; antes se desvan­ecieron en sus discursos, y el necio corazón de ellos fue entenebrecido. Diciéndose ser sabios, se hicieron fatuos…” (Rom. 1:21-22). Y a medida que va agravándose su enfermedad (moral, política, económica, militar y también espiritual), Estados Unidos va a hacer exactamente lo mismo que han hecho todas las grandes naciones en el curso de la histo­ria humana: echarle la culpa a Israel y al pueblo Judío de todos sus males. Esa operación ya de tiempo está en proceso, y el antisemitismo está tomando cada día más fuerza en la mayoría de las naciones de la tierra, incluyendo a los países europeos, y en una manera muy particular en Estados Uni­dos. No tiene caso que cite los últimos acontecimientos que han contribuido en estos últi­mos días para que el antisemi­tismo aumente en Estados Unidos, pues son datos y det­alles que cualquiera puede hoy conocer por los medios actuales de comunicación tales como la prensa, la radio, la televisión y el Internet. La guerra de Israel contra los guerrilleros “palestinos” en terreno Libanés, y la estancia de sus ejércitos en ese país, ha acarreado al pueblo Judío da­ños y calamidades que en parte han sobrepujado a las victorias iniciales obtenidas. Entre esas calamidades la mayor ha sido el aumento drástico de la opinión contraria de todas las naciones de la tierra hacia Israel. Eso, y todo lo demás, es el proceso del exacto cumplimiento de la Pa­labra de Dios, pues el Señor lo dijo ya: “el cielo y la tierra pasarán, mas Mis palabras no pasarán” (Mt. 24:35).

 

El día se está acercando más y más, cuando el “cordón umbili­cal” que une a Estados Unidos con Israel se corte, y entonces nuestros ojos van a ver la pro­fecía cumplida en una forma completa, y como todas las naciones de la tierra se unen a los eternos enemigos de Israel para destruir al Estado Judío. En otras pal­abras, cuando Estados Unidos, obligado por las propias ­circun­stancias, tenga no solamente de dejar solo a Israel sino aun hacerse a favor de sus enemigos (cosa que ya está aconteciendo, pues las armas más mortíferas con que los vecinos enemigos de Israel le amenazan hoy, no son las de origen soviético sino norteam­ericanas), entonces TODOS se lanzarán contra la víctima caída, herida y sangrando, creyendo que el tiempo ha llegado para acabar con ella. Mas entonces, también habrá de cumplirse la profecía subsiguiente que dice: “Porque Yo reuniré (dice el Todopoderoso) todas las gentes en batalla contra Jerusalem; y la ciudad será tomada, y saqueadas serán las casas, y forzadas las mujeres: y la mitad de la ciudad irá en cautiverio, mas el resto del pueblo no será talado de la ciudad. DESPUÉS SALDRÁ EL SEÑOR, y peleará con aquellas gentes, como peleó el día de la batalla. Y afirmaránse Sus pies en aquel día sobre el monte de las Olivas, que está en frente de Jerusalem a la parte de Oriente…” (Zc. 14:2-4). Esto es nada menos que la Se­gunda Venida de nuestro Señor Jesucristo en gloria. El regreso del Cristo Todopoderoso que ha esperado la Iglesia ya por casi dos mil años, y que es el mis­mo Mesías que ha esperado Is­rael ya casi por cuatro mil años. “Así también vosotros, cuando viereis todas estas cosas, sabed que está cercano, a las puertas” (Mt. 24:33).

 

Pero más triste es aun el mirar a multitudes de profesantes cris­tianos que tampoco creen ni aceptan lo que aquí describimos por cuanto han sido engañados y adormecidos por “espíritus de error y doctrinas de demonios” (1 Tim. 4:1), “mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sobrecoja como ladrón” (1 Tes. 5:4). Este es el tiempo de amarnos todos como herma­nos, y es el tiempo de mostrar nuestro amor genuino a Israel y al pueblo Judío del Espar­cimiento, porque el día está ya cercano cuando el Pastor del rebaño cumpla lo que Él dijo: “y habrá un (solo) rebaño” (Jn. 10:16), pues es entonces cuando “todo Israel será salvo; como está escrito: Vendrá de Sión el Libertador, que quitará de Jacob la impiedad” (Rom. 11:26). ¡Aleluya!

 

Dios te bendiga.

Pastor Efraim Valverde, Sr.

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